パスがマーヴィンを論評する
Great poet Octavio Paz criticises
Marvin Minsky's The Society of Mind (1985)
★オクタビオ・パス『二重の炎』井上義一・木村榮一訳、岩波書店、1997年は、純然たるエ ロス論であり、インド思想論でもあるのだが、第8章「結論に向けての回り道」で、マービン・ミンスキー『心の社会』を皮切りに、アーサー・C・クラーク、 ジェラルド・エーデルマン、オリバー・サックスなど、脳神経科学を論じた議論に突然変調する。このページは、そのうち、マービン・ミンスキーとジェラルド・エーデルマンに関する言及の、スペイン語オリジナルテキストを研究する。
En el libro de
Mervin Minsky, The Society of Mind (1985), el autor no nos ofrece la
divinización de una civilización extraterrestre sino la del ingeniero
electrónico.
Minsky es una de las autoridades en «inteligencia artificial» y está
convencido de que
no sólo es factible sino inminente la fabricación de máquinas
pensantes. Su libro
parte de una analogía; lo que llamamos mente es un conjunto de partes
diminutas
como las partículas elementales que componen al átomo: electrones,
protones,
elusivos quarks. Las fuerzas que mueven a las partes que componen la
mente no son
ni pueden ser diferentes a las que juntan, separan y hacen girar a las
partículas
atómicas. La analogía más perfecta entre unas y otras es el circuito de
llamadas y
respuestas en que consiste la operación de una computadora. A mí se me
ocurre otra
analogía: las pequeñas partes recuerdan a las piezas de un
rompecabezas;
aisladamente no tienen forma identificable pero unidas con otras se
transforman en
una mano, una hoja de árbol, una tela, hasta que, todas juntas, cobran
figura y
sentido: son una joven que se pasea con su perro por una arboleda. Las
partes que
componen la mente son movibles y, como las piezas del rompecabezas, no
saben por
qué o para qué se mueven ni quién las mueve. No piensan, aunque son
partes, y
partes indispensables, del pensamiento. Aquí brota una diferencia que
deshace la
simetría: las piezas del rompecabezas están movidas por una mano que sí
sabe lo que
hace y para qué lo hace. Una intención inspira a la mano y a la cabeza
del jugador. En el caso de la mente no hay jugador: el yo desaparece.
La máquina no piensa pero
hace al pensamiento sin que nadie la guíe. |
【a】【邦訳 p.222】 |
Un punto que Minsky omite: la
relación entre la mente, concebida como un
aparato, y el mundo exterior. Para que la mente humana comience a
funcionar —en la
práctica funciona las veinticuatro horas del día, sin excluir las
dedicadas al sueño—
necesita recibir un estímulo exterior. El número de esos estímulos
exteriores es
prácticamente infinito, de modo que la máquina, para escoger aquello
que le interesa,
debe estar provista de un selector de objetos o temas pensables que sea
el equivalente
de lo que llamamos sensibilidad, atención y voluntad. Estas facultades
no son
puramente racionales y están impregnadas de afectividad. Así pues, la
máquina
tendría que ser, además de inteligente, sensible. En realidad, tendría
que convertirse
en el exacto duplicado de nuestras facultades: voluntad, imaginación,
entendimiento,
memoria, etc. Entraríamos así en las fantasías repulsivas de mundos
habitados por
criaturas idénticas. Por otra parte, incluso si la máquina pensante
fuese el duplicado
de la mente humana, habría de todos modos una diferencia que no vacilo
en llamar
inmensa: la mente humana no sabe que es realmente una máquina ni tiene
conciencia
de serlo; la mente cree en una ilusión: su yo, su conciencia. En el
caso de una
máquina fabricada por un ingeniero, ¿qué clase de conciencia podría
tener? Ante un
estímulo dado, la máquina pensante comienza esa serie de operaciones
que llamamos
sentir, percibir, observar, medir, escoger, combinar, desechar, probar,
decidir, etc.
Estas operaciones son de orden material y consisten en sucesivas
uniones y
separaciones, yuxtaposiciones y divisiones de las partes que componen
la máquina
hasta que aparece un resultado: una idea, un concepto. Platón,
Aristóteles, Kant y
Hegel se esforzaron por definir lo que es una idea y un concepto, sin
lograrlo
enteramente. La máquina resuelve el problema: es un momento de una
cadena de
operaciones materiales realizadas por partículas diminutas y movidas
por una
corriente eléctrica. |
【b】 |
¿Quién realiza las operaciones
que son el pensamiento de la máquina? Nadie.
Para los budistas el yo es una construcción mental sin existencia
propia, una quimera.
Suprimirlo es suprimir la fuente del error, del deseo y la desdicha,
liberarse del fardo
del pasado (karma) y entrar en lo incondicionado: la liberación
absoluta (nirvana). La
máquina pensante de Minsky no tiene preocupaciones morales ni
religiosas: elimina
el yo por ser innecesario. Pero ¿es realmente innecesario? ¿Podemos
vivir sin el yo?
Para los budistas, la extinción del yo implica la extinción de la
ilusión que llamamos
vida y nos abre las puertas del nirvana. Para Minsky la supresión del
yo no tiene
consecuencias morales sino científicas y técnicas. Por lo primero, nos
hace
comprender el funcionamiento de la mente; por lo segundo, nos permitirá
fabricar
máquinas pensantes más y más simples y perfectas. Hay que examinar más
de cerca
esta pretensión. |
【c】 |
Desde que el hombre comenzó a
pensar, es decir, desde que comenzó a ser
hombre, un silencioso testigo lo mira pensar, gozar, sufrir y, en una
palabra, vivir: su conciencia. ¿Qué realidad tiene la conciencia, ese
darnos cuenta de lo que hacemos y
pensamos? La idea que tiene Minsky de la conciencia puede compararse a
la de la
imagen en un espejo. La comparación es útil pues nos permite ver con
cierta claridad
la diferencia entre una máquina y una conciencia. Si nos miramos en un
espejo, la
imagen que vemos nos remite a nuestro cuerpo; la conciencia, que no
tiene figura
visible, no nos remite a un yo (reputado ilusorio por Minsky) pero
tampoco, como
podría esperarse, al objeto que la origina: el circuito de relaciones
entre las diminutas
partículas. Si la conciencia es la proyección de un mecanismo, ¿por qué
esa
proyección y el mecanismo mismo se evaporan y se vuelven invisibles? O
dicho de
otra manera: si me miro en un espejo, veo mi imagen; si pienso que
estoy pensando,
esto es, si me doy cuenta de lo que hago, no miro ni miraré nunca mis
pensamientos.
Pensamos y al pensar nos damos cuenta de que pensamos; no obstante, no
vemos lo
que pensamos; entonces ¿cómo las descargas eléctricas que provocan los
movimientos de las distintas partes que componen la mente, en lugar de
transformarse en figuras visibles o audibles, se convierten en
pensamientos invisibles
y que no ocupan lugar en el espacio? Eliot dijo: entre el pensamiento y
el acto, cae la
sombra. En este caso, la sombra se evapora: el pensamiento tiene cuerpo
pero no
sombra: es una máquina que vuelve invisible aquello que produce. Es una
anomalía,
una verdadera singularidad, en el sentido que da Hawking al término. La
máquina
pensante de Minsky se presenta como un modelo más simple, económico y
eficiente
de lo que llamamos mente o espíritu. La verdad es que introduce un
misterio no
menos arduo que la inmaterialidad del alma o que la transubstanciación
del pan y el
vino en la Eucaristía. Su máquina es milagrosa y estúpida: milagrosa
porque produce,
con medios materiales, pensamientos invisibles e incorpóreos; estúpida
porque no
sabe que los piensa. |
【d】 |
Descartes fue el primero, según
parece, al que se le ocurrió la idea de ver la mente
como una máquina. Pero una máquina dirigida por un espíritu. El siglo
XVIII concibió
al universo como un reloj manejado por un relojero omnisciente: Dios.
La idea de una
máquina que marcha por sí misma, que nadie maneja y que puede
acrecentar, atenuar
y cambiar de dirección la corriente que la mueve, es una idea del siglo
XX. Aunque
esta idea, como se ha visto, es contradictoria, no podemos descartarla
del todo. Es un
hecho que podemos fabricar máquinas capaces de realizar ciertas
operaciones
mentales: las computadoras. Aunque no hemos fabricado máquinas que
puedan
regularse a sí mismas, los especialistas dicen que no es enteramente
imposible que lo
logremos pronto. La cuestión es saber hasta dónde puede llegar la
inteligencia de esas
máquinas y cuáles pueden ser los límites de su autonomía. Lo primero
quiere decir:
¿la inteligencia humana puede fabricar objetos más inteligentes que
ella misma? Si
atendemos a la lógica, la respuesta es negativa: para que la
inteligencia humana
crease inteligencias más inteligentes que ella misma, tendría que ser
más inteligente
que ella misma. Se trata de una imposibilidad a un tiempo lógica y
ontológica. En
cuanto a lo segundo: los hombres están movidos por sus deseos,
ambiciones y proyectos pero limitados por el poder real de su
inteligencia y de los medios de que
dispone: ¿cuáles podrían ser las ambiciones y los deseos de las
máquinas pensantes?
No podrían ser sino aquellos inscritos desde su fabricación por su
fabricante: el
hombre. La autonomía de las máquinas depende, esencialmente, del
hombre. Es una
autonomía condicionada, quiero decir: no es una verdadera autonomía. |
【e】【邦訳 p.227】 |
【付録】エーデルマンに対する論評 |
|
Aunque tengo mis reservas acerca
de la moderna concepción biológica de la mente,
me parece más rica y fecunda que las teorías mecanicistas. Estas
últimas ven en las
computadoras un modelo para comprenderla y el punto de partida para la
fabricación
de inteligencias artificiales; en cambio, la concepción biológica tiene
bases más
firmes pues se funda en la observación del organismo humano, ese
extraño y
complejo compuesto de sensaciones, percepciones, voliciones,
sentimientos,
pensamientos y actos. Una teoría de esta naturaleza es la de Gerald M.
Edelman, que
acaba de publicar un libro que es una fascinante exposición de sus
hallazgos y de sus
hipótesis.[37] No sólo es un tratado de neurobiología de la mente sino
que abarca otros
temas, como la aparición de la conciencia en el curso de la evolución y
las relaciones
de la ciencia biológica con la física y la cosmología. Para Edelman la
mente es un
producto de la evolución y, así, tiene una historia que es la de la
materia misma, de
las partículas atómicas a las células y de éstas al pensamiento y sus
creaciones. Se
trata de una característica que la especie humana comparte, en sus
formas más
rudimentarias, con los mamíferos, muchas aves y algunos reptiles. |
【aa】【邦訳 p.230】 |
La existencia de materia
inteligente en la tierra es, según Edelman, un fenómeno
único en el universo. (En esto se aparta de Crick). Una autoridad en
estos asuntos, el
neurólogo Oliver Sacks, ha comentado en estos términos el libro de
Edelman:
«Leemos excitados las últimas teorías sobre la mente —químicas,
cuánticas o
“computacionales”— y después nos preguntamos: ¿eso es todo?… Si
queremos tener
una teoría de la mente tal y como opera realmente en los seres
vivientes, tiene que ser
radicalmente distinta a cualquier teoría inspirada en la computadora.
Tiene que
fundarse en el sistema nervioso, en la vida interior de la criatura
viva, en el
funcionamiento de sus sensaciones e intenciones… en su percepción de
los objetos,
gente y situaciones… en la habilidad de las criaturas superiores para
pensar
abstracciones y compartir, a través del lenguaje y la cultura, la
conciencia de otros».
[38] O sea: el modelo debe ser el hombre mismo, ese animal que piensa,
habla, inventa
y vive en sociedades (cultura). Comentaré brevemente algunas de las
ideas de
Edelman. Como las anteriores, claro está, mis reflexiones no serán de
orden
científico. |
【bb】 |
La primera ventaja de la nueva
teoría es que desecha la analogía con las
computadoras y se resiste al simplismo de las explicaciones meramente
físicoquímicas. Otra ventaja es su realismo: la mente debe estudiarse
precisamente en su
medio propio, el organismo humano, como un momento de la evolución
natural.
Cierto, la teoría es aún incompleta —hay vastos territorios
inexplorados— y muchas
de sus hipótesis carecen de verificación empírica. Estas limitaciones
no invalidan su
fecundidad: es una hipótesis que nos hace pensar. Edelman comienza por
el
comienzo, por la sensación en su forma más simple, que llama feelings:
frío o calor,
desahogo o estrechez, lo dulce o lo amargo, etc. Las sensaciones
implican una
valoración: esto es desagradable, aquello es placentero, lo de más allá
es áspero y así
sucesivamente hasta lo más complejo, como la pena que es también
alegría o el
placer que es dolor. Las sensaciones son percepciones embrionarias,
pues,
¿sentiríamos si no nos diésemos cuenta de que sentimos? A su vez, la
percepción es
concepción; al percibir la realidad le imponemos inmediatamente una
forma a nuestra
percepción, la construimos: «Cada
percepción es un acto de creación». |
【cc】 |
La idea del carácter creador de
la percepción, comenta Sacks, aparece ya en
Emerson. La verdad es que su origen se remonta a la filosofía griega y
era corriente
en la psicología medieval y renacentista. Corresponde a la teoría,
vigente hasta el
siglo XVII, sobre la función de los llamados «sentidos interiores»: el
sentido común, la
estimativa, la imaginativa, la memoria y la fantasía, encargados de
recoger y purificar
los datos de los cinco sentidos exteriores y transmitirlos, como formas
inteligibles, al
alma racional. La imagen o forma que recibe el entendimiento no es el
dato crudo de
los sentidos. En la tradición budista también aparecen estas
divisiones, en un orden
ligeramente distinto: sensación, percepción, imaginación y
entendimiento. Cada una
de estas divisiones designa un momento de un proceso que convierte a
los datos y
estímulos exteriores en impresiones, ideas y conceptos; en la sensación
está ya
presente la percepción que transmite esos datos a la imaginación que
los entrega,
como formas, al entendimiento que, por su parte, los transforma en
intelecciones. El
proceso creador de las operaciones mentales no es una idea nueva aunque
sí lo sea la
manera en que la neurología moderna describe y explica el proceso. |
【dd】 |
En cada uno de los momentos de
esta complicada serie de operaciones —
compuesta de millones de llamadas y respuestas en la red de relaciones
neurológicas
— aparece una intención. Aquello que sentimos y percibimos no es
únicamente una
sensación o una representación sino algo ya dotado de una dirección, un
valor o una
inminencia de significación. Como es sabido, la fenomenología de Edmund Husserl
se funda en el concepto de intencionalidad. Husserl tomó esta idea,
modificándola
substancialmente, del filósofo austríaco Franz Brentano. En todas nuestras
relaciones
con el mundo objetivo —sensaciones, percepciones, imágenes— aparece un
elemento
sin el cual no hay ni conciencia del mundo ni conciencia de uno mismo:
el objeto
posee ya, en el momento mismo de aparecer en la conciencia, una
dirección, una
intención. Según Brentano el sujeto tiene invariablemente una relación
intencional con el objeto que percibe; o más claramente: el objeto está
incluido en la percepción
del sujeto como intencionalidad. El objeto, cualquiera que sea, aparece
indefectiblemente como algo deseable o temible o enigmático o útil o ya
conocido,
etc. Lo mismo sucede con las sensaciones y percepciones de Edelman: no
son meras
sensaciones ni representaciones: son ya, como él dice, valoraciones. Me
parece que es
fácil extraer una conclusión de todo esto: la noción de intencionalidad
nos remite a un
sujeto, sea éste la conciencia de Husserl o el circuito neurológico de
Edelman. Sin
embargo, Edelman se rehúsa a considerar la existencia de un sujeto al
que puede
atribuirse la intencionalidad con que aparece el objeto. No obstante su
negación del
sujeto, a Edelman le impresiona mucho «la unidad con que el mundo
aparece ante el
perceptor, a pesar de la multitud de maneras de percibirlo que emplea
el sistema
nervioso».[39] No le impresiona menos que «las teorías actuales de la
mente no
puedan explicar la existencia de un elemento que integre o unifique
todas esas
percepciones». Dilema peliagudo: por una parte, negación del sujeto;
por la otra,
necesidad de un sujeto. ¿Cómo lo resuelve Edelman? |
【ee】【邦訳 p.234】 |
Para hacer más comprensible su
concepción, Edelman se sirve de una metáfora: la
mente es una orquesta que ejecuta una obra sin director. Los músicos
—las neuronas
y los grupos de neuronas— están conectados y cada ejecutante responde a
otro o lo
interpela; así crean colectivamente una pieza musical. A diferencia de
las orquestas
de la vida real, la orquesta neurológica no toca una partitura ya
escrita: improvisa sin
cesar. En esas improvisaciones aparecen y reaparecen frases
(experiencias) de otros
momentos de ese concierto que ha comenzado en nuestra niñez y que
terminará con
nuestra muerte. Se me ocurren dos observaciones. La primera: en la
hipótesis de
Edelman, la iniciativa pasa del director de la orquesta a los
ejecutantes. En el caso de
la orquesta real, los ejecutantes son sujetos conscientes y con la
intención de
componer colectivamente una pieza: ¿esa conciencia y esa voluntad
existen también
en las neuronas? Si es así: ¿las neuronas se han puesto previamente de
acuerdo? ¿O
hay acaso un orden preestablecido que rige las llamadas y respuestas de
las neuronas?
En uno y en otro caso el director no desaparece: se disemina. El
problema se desplaza
pero no se resuelve. La segunda: la improvisación requiere siempre un
plan. El
ejemplo más inmediato es el del jazz y el de las ragas de la India: los
músicos
improvisan con cierta libertad pero dentro de un patrón y una
estructura básica. Lo
mismo sucede con las otras improvisaciones, sean musicales o de otra
índole. Trátese
de una batalla o de un diálogo de negocios, de un paseo por el bosque o
de una
discusión pública, seguimos un plan. Poco importa que ese plan haya
sido trazado un
minuto antes y que sea muy vago y esquemático: es un plan. Y todos los
planes
requieren un planificador. ¿Quién hace el plan de la orquesta
neurológica? |
【ff】【邦訳 p.235】※オーケストラの比喩 |
Como se ha visto, a Edelman no
se le escapa la dificultad de explicar el
funcionamiento de las neuronas sin la presencia de un director de
orquesta, sin un
sujeto. Con cierta frecuencia se refiere al sentimiento de identidad, a
un ser y a una
conciencia. Estas palabras designan a construcciones de las neuronas.
El circuito neurológico, conectado con todo nuestro cuerpo y compuesto
por millones de
neuronas (algunas son tribus nómadas, lo que me asombra y me deja
perplejo), no
sólo construye nuestro mundo con los ladrillos y piedras de las
sensaciones, las
percepciones y las intelecciones, sino que construye al sujeto mismo: a
nuestro ser y a
nuestra conciencia. Construcciones a un tiempo sólidas y evanescentes:
nunca
desaparecen pero cambian continuamente de forma. Continua metamorfosis
de
nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos. Esta visión —pues se
trata de una
verdadera visión— recuerda a las concepciones budistas acerca de la
naturaleza
quimérica de la realidad y del sujeto humano. Para los budistas el yo
tampoco tiene
una existencia propia e independiente: es una construcción, una
conglomeración de
elementos mentales y sensoriales. Estos elementos o, más bien, racimos
de
elementos, son cinco en total (skhandas en sánscrito o khandas en
pali). Los
elementos componen al sujeto y a su conciencia; son el producto de
nuestro karma, la
suma de nuestros errores y pecados en vidas pasadas y en la presente.
Por la
meditación y por otros medios podemos destruir la ignorancia y el
deseo, liberarnos
del yo y entrar en lo incondicional, un estado indefinible que no es su
vida ni muerte
y del que no se puede decir absolutamente nada (nirvana). |
【gg】【邦訳 p.236】 |
El parecido entre estas
concepciones y las de la neurología es extraordinario.
También son notables las diferencias. El constructor del yo, para el
budista, es el
karma: para Edelman, el sistema nervioso. El budista debe destruir al
yo si quiere
escapar de la desdicha que es nacer y romper el lazo que lo ata a la
rueda de las
encarnaciones. Para Edelman el yo y la conciencia son construcciones
indestructibles,
salvo por un trastorno del circuito neurológico (enfermedad o muerte).
El yo es una
construcción y depende de la interacción de las neuronas. Es un
artificio necesario e
indispensable: sin él no podríamos vivir. Aquí aparece la gran
cuestión: el día en que
el hombre descubra que su conciencia y su ser mismo no son sino
construcciones,
artificios, ¿podrá seguir viviendo como hasta ahora? Parece imposible.
En cuanto la
conciencia se diese cuenta de que es una construcción del sistema
nervioso y de que
su funcionamiento depende de las neuronas, perdería su eficacia y
dejaría de ser
conciencia. La concepción de la conciencia como una construcción de las
neuronas
afecta no sólo al organismo individual, a cada hombre, sino a la
colectividad entera.
Nuestras instituciones, leyes, ideas, artes y, en fin, nuestra
civilización entera, está
fundada en la noción de una persona humana dotada de libertad. ¿Se
puede fundar
una civilización sobre una construcción neurológica? |
【hh】【邦訳 p.237】 |
Para el budista la liberación
comienza en el momento en que el individuo rompe
la costra de la ignorancia y se da cuenta de su situación. Este darse
cuenta es la
consecuencia de un acto libre: el yo, la conciencia, decide su
disolución para escapar
del ciclo vida-muerte-vida… La libertad exige, como la orquesta
neurológica, un
sujeto, un yo. Sin yo, no hay libertad de decisión; sin libertad
—dentro de los límites
que he señalado— no hay persona humana. La actitud de Edelman ante esta
cuestión
es muy matizada. La mente no es, para él, sino «a special kind of
process depending on special arrangements of matter». O sea: la materia
de que está hecha la mente no
es distinta al resto de la materia; lo que es único es su organización.
De esta
propiedad se deriva otra: cada mente es distinta y única. Cada
organismo humano es
una colección de experiencias subjetivas, sentimientos y sensaciones
(qualia); este
conjunto de experiencias, aunque comunicables hasta cierto punto por el
lenguaje y
por otros medios, constituye un dominio virtualmente inaccesible para
las mentes
ajenas. |
【ii】 |
La pluralidad de mentes, señala
Edelman, impide una teoría enteramente
científica; siempre habrá excepciones, variaciones y regiones
desconocidas. Toda
descripción científica de la mente está condenada a ser parcial;
nuestro conocimiento
será siempre aproximado. Esta verdad abarca también a nuestra vida
interior:
conocerse a sí mismo es, a un tiempo, una necesidad ineludible y un
ideal
inalcanzable. Así pues, «el problema no consiste en aceptar la
existencia de almas
individuales, pues es claro que cada individuo es único y que no es una
máquina…».
El problema consiste en «aceptar que las mentes individuales son
mortales: ¿se puede
fundar una moral sobre esta premisa?». A mí no me parece imposible y
Edelman
también parece creerlo, aunque se pregunta «¿cuál sería el resultado de
aceptar que
cada espíritu individual es realmente corpóreo y de que, precisamente
por serlo, es
mortal, precioso e impredecible en su creatividad?». En otro pasaje de
su libro
sugiere que «la nueva visión científica de la mente puede dar nueva
vida a la
filosofía, limpia ya de la fenomenología husserliana, ayuna de ciencia,
y de las
reducciones de las teorías mecanicistas». |
【jj】【邦訳 p.239】 |
Es imposible no estar de acuerdo con Edelman sobre estos puntos. Yo también
creo que «la filosofía necesita una nueva orientación». Pero estas afirmaciones de
Edelman contrastan extrañamente con muchas de sus ideas básicas. Más
exactamente: las contradicen. Sacks señala que aún no podemos ver los grupos de
neuronas ni dibujar los mapas de sus interacciones; tampoco podemos oír a la
orquesta que sin cesar ejecuta sus improvisaciones en nuestro cerebro. De ahí que
Edelman y sus colegas hayan concebido «animales sintéticos, artefactos que actúan
por medio de computadoras pero cuya conducta (si se puede usar esta palabra) no
está programada ni es robótica sino noética». (De paso: una palabra de estirpe
husserliana). Edelman no duda de que, en un futuro no demasiado lejano, será
perfectamente posible fabricar «artefactos conscientes». Y Sacks comenta:
«Felizmente esto no ocurrirá sino hasta bien entrado el siglo próximo». ¿Felizmente?
No podemos lavarnos las manos: es imposible aplazar la discusión de un tema de esta
gravedad hasta el siglo próximo. Confieso mi asombro y mi decepción. |
【kk】【邦訳 p.240】 |
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